
En la portada aparece una fotografía realizada en Shangai que muestra un prado con abetos al fondo y tres policías chinos que miran con expresión adusta al objetivo de la cámara sentados en pequeños taburetes de plástico. En la página siguiente , vemos a esos mismos policías con una expresión completamente diferente, de pie cogidos de las manos de chicas sonrientes formando una especie de lo que, a primera vista, parece el corro de la patata o la conga . Lo que de verdad pasaba, explicada por el propio fotógrafo, es bien distinto de lo que parecía que pasaba: mientras en la primera foto , los policías de mirada adusta estaban vigilando un concierto de rock, sus pies no dejaban de moverse al ritmo de la música, en la segunda, los policías están formando una cadena humana para dirigir a los espectadores del concierto fuera del recinto. Las expresiones sonrientes en realidad son expresiones de esfuerzo y tensión, dado que ha sido uno de los conciertos mas multitudinarios que se han dado en la ciudad china.
En la misma publicación aparece una foto en color sepia: un retrato de un hombre de unos cincuenta años con camisa blanca y chaqueta de piel mirando a la cámara con ojos tristes. ¿Quién es este hombre de abundante pelo canoso, frente arrugada, labios frunidos, ceja levantada? ¿Qué clase de vida ha tenido, qué vida tiene? El color sepia le otorga un aire de daguerrotipo de principios de siglo , como si fuera una fotografía de alguien fallecido hace mucho tiempo. Mirando el pie de la imagen, encontramos esta perturbadora información: se trata del sueco Björn Andresen, el adolescente que hace treinta y cuatro años interpretó a Tadzio, el chico de mirada ambigua que atormentaba a Dirk Bogarde en la película de Visconti, “Muerte en Venecia”. Volviendo a mirar la foto con ese dato en la cabeza,la fotografía ya no es un bello retrato de un hombre de mediana edad, es una imagen que se lee como una letanía sobre los sueños perdidos, sobre la muerte de las promesas sobre la belleza y la juventud eternas: Tadzio tiene hoy la misma edad del hombre que buscó la muerte en Venecia, que se tiñó el bigote, que deambuló por los canales, ajeno a las patéticas, tarantellas tan sólo para estar cerca de él, para verle pasar rodeado de sus hermanas y de Silvana Mangano. La foto , sumada al pie de foto, es doblemente triste, infinitamente trágica. El fotógrafo hizo bien virando la imagen a sepia.
Mirando las fotos de los coches quemados en París, amontonados con números pintados en las puertas ennegrecidas, sólo puedo pensar en todo ese metal desperdiciado, en toda esa rabia que no encuentra palabras y que se expresa con la consulta en internet de la fabricación de cócteles Molotov. Le enseño la foto a un amigo que, al contrario de mí , es un fanático de los coches . Me dice, tras echarle una larga mirada a la foto , que no hay un solo BMW o Audi o Saab en las hileras de coches destrozados. Qué curioso, dice, sólo han quemado coches de baja gama. Y yo me quedo pensando.