¿Encontráis arrebatadora a la actriz Scarlett Johansson? Si habéis contestado que sí lo más probable es que pertenecéis al sexo masculino; si habéis contestado que no casi seguro sois mujeres. Lo digo porque he estado haciendo un pequeño muestreo por ahí y el resultado es abrumador. Para nosotras, la Johansson no es más que una "moldeadita" sin más atractivo que unos labios (demasiado bembones para mi gusto) unas caderas (anticuadamente redondas) y un aire general de niña buena como el de la vecinita de enfrente. Para vosotros, en cambio –y cito textualmente la respuesta más habitual–, es “puro sexo”. Lo más notable del caso es que varios amigos míos gays están de acuerdo con esa opinión, lo que explicaría la fascinación que ellos sienten por orondas flamencas y damas contundentes a lo Marilyn Monroe. Y es que, rindámonos de una vez a la evidencia, los hombres, todos, las
prefieren redondas, por no decir rellenitas. Sin embargo, tan mediatizados estamos por la tele y las revistas, que pensamos que los cánones de belleza son lo que vemos en las pasarelas: niñas andróginas, fusiformes, o ese otro esperpento moderno que ha surgido de los bisturíes de los cirujanos plásticos.
Me refiero a una fémina que no se parece a ningún bicho viviente sino a la muñeca Barbie. Se trata de mujeres muy estrechas de caderas pero con trasero rotundo, talla 100 de sostén y un montón de silicona extra repartida aquí y acullá a lo Pamela Anderson. Mientras tanto, nosotras, las mujeres normales, hemos creado otros modelos a los que deseamos parecernos, esencialmente de dos tipos, diría yo. Uno es el de una mujer no flaca sino esbelta, de largos brazos y piernas, y porte distinguido, como Audrey Hepburn. El segundo modelo es el de chica deportista, de piernas y brazos bien torneados, pecho firme y aire sanote. ¿Su encarnación? Cualquiera de las actuales tenistas rusas, cuyos nombres no recuerdo. Lo paradójico del asunto es que mientras las partidarias del modelo Hepburn se matan de hambre y las fans del look tenista rusa se machacan los meniscos en el gimnasio, los hombres van a su bola: aunque lo nieguen, aunque digan que les gustan las distinguidas o las rusas pura fibra, mienten: todos tienen una gordita Scarlett en su corazón.
Como mis posibilidades de emular a la Johansson son mínimas (y mis ganas de hacerlo más microscópicas aún) he buscado consuelo y explicación a este desencuentro estético en la Antropología. Y lo he encontrado. Según esta rama de la ciencia, el hecho de que los hombres se sientan atraídos por una mujer para mí tan poco atractiva, tiene una clara razón: por mucho que las modas intenten desviar los gustos, el mandato biológico es más fuerte. Y ese mandato hace que ellos se sientan atraídos por las hembras que (creen) pueden portar mejor su semilla. Mujeres de caderas anchas para mejor parir y de pechos generosos para mejor amamantar. Mujeres rellenas y de labios incitantes. A nosotras, por nuestra parte, nos atraen los machos más fuertes y –ojo al dato– los más infieles. ¿Por qué? Porque el mandato genético hace que los machos más atractivos sean los que procuran cubrir al mayor número de hembras posibles y extender así su estirpe. Total, que por muy sofisticados y superferolíticos que nos hayamos vuelto, por mucho avance de la humanidad en los terrenos de la ciencia o de la tecnología, resulta que lo que un sexo busca en el otro es lo mismo que buscaba hace millones de años: gorditas y machotes. Hay algunas excepciones a esta deprimente regla, pero sería muy largo explicarlas ahora; ya me ocuparé de ellas otro día. Mientras tanto, baste decir que hombres y mujeres somos parecidos en muchas cosas pero muy distintos en otras, que quien quiera evitar meter la pata en las relaciones personales, más que tontos manuales de autoayuda, debería leer a los antropólogos, Darwin o, más modestamente, Helen Fisher.
prefieren redondas, por no decir rellenitas. Sin embargo, tan mediatizados estamos por la tele y las revistas, que pensamos que los cánones de belleza son lo que vemos en las pasarelas: niñas andróginas, fusiformes, o ese otro esperpento moderno que ha surgido de los bisturíes de los cirujanos plásticos.
Me refiero a una fémina que no se parece a ningún bicho viviente sino a la muñeca Barbie. Se trata de mujeres muy estrechas de caderas pero con trasero rotundo, talla 100 de sostén y un montón de silicona extra repartida aquí y acullá a lo Pamela Anderson. Mientras tanto, nosotras, las mujeres normales, hemos creado otros modelos a los que deseamos parecernos, esencialmente de dos tipos, diría yo. Uno es el de una mujer no flaca sino esbelta, de largos brazos y piernas, y porte distinguido, como Audrey Hepburn. El segundo modelo es el de chica deportista, de piernas y brazos bien torneados, pecho firme y aire sanote. ¿Su encarnación? Cualquiera de las actuales tenistas rusas, cuyos nombres no recuerdo. Lo paradójico del asunto es que mientras las partidarias del modelo Hepburn se matan de hambre y las fans del look tenista rusa se machacan los meniscos en el gimnasio, los hombres van a su bola: aunque lo nieguen, aunque digan que les gustan las distinguidas o las rusas pura fibra, mienten: todos tienen una gordita Scarlett en su corazón.
Como mis posibilidades de emular a la Johansson son mínimas (y mis ganas de hacerlo más microscópicas aún) he buscado consuelo y explicación a este desencuentro estético en la Antropología. Y lo he encontrado. Según esta rama de la ciencia, el hecho de que los hombres se sientan atraídos por una mujer para mí tan poco atractiva, tiene una clara razón: por mucho que las modas intenten desviar los gustos, el mandato biológico es más fuerte. Y ese mandato hace que ellos se sientan atraídos por las hembras que (creen) pueden portar mejor su semilla. Mujeres de caderas anchas para mejor parir y de pechos generosos para mejor amamantar. Mujeres rellenas y de labios incitantes. A nosotras, por nuestra parte, nos atraen los machos más fuertes y –ojo al dato– los más infieles. ¿Por qué? Porque el mandato genético hace que los machos más atractivos sean los que procuran cubrir al mayor número de hembras posibles y extender así su estirpe. Total, que por muy sofisticados y superferolíticos que nos hayamos vuelto, por mucho avance de la humanidad en los terrenos de la ciencia o de la tecnología, resulta que lo que un sexo busca en el otro es lo mismo que buscaba hace millones de años: gorditas y machotes. Hay algunas excepciones a esta deprimente regla, pero sería muy largo explicarlas ahora; ya me ocuparé de ellas otro día. Mientras tanto, baste decir que hombres y mujeres somos parecidos en muchas cosas pero muy distintos en otras, que quien quiera evitar meter la pata en las relaciones personales, más que tontos manuales de autoayuda, debería leer a los antropólogos, Darwin o, más modestamente, Helen Fisher.
8 comentarios:
Pues mira, esta vez no estoy totalmente de acuerdo contigo. O por lo menos, yo no sabría responder a la pregunta: ¿Cómo las prefieres "gorditas y potencialmente reproductoras" o "elegantes y probablemente estériles", o "deportistas y estadísticamente sanas"?
Este tipo de preguntas, sobre las que se basan los estudios sociológicos, implican que debas renunciar a varias respuestas, que, desde luego no descartarías si en la vida real tuvieras esa posibilidad real de escoger.
En resumen, que nos gustan todas.
Por lo general, no damos tanta importancia como vosotras le dáis a los gramos y centímetros de más, aunque tampoco aplaudimos los extremos.
Saludos.
Pues mira yo tampoco estoy de acuerdo en esto que preferimos un hombre infiel...
no, de eso nada.. ¿de donde has sacado este estudio??
Sabía que este post crearía polémica, jajaja desde luego que ya está servida... os recomiendo que no os creáis todo lo que leéis! La Johanson está buenísima! Las opiniones provienen, he dicho de un muestreo entre mis conocidos, no es ni mucho menos un estudio, en el caso de los infieles todo proviene de estudios de Antropología. Ah y desde luego que en las excepciones están las reglas, faltaría más! Un Beso a todos
Me hubieras preguntado, y te ahorrabas tanto estudio.
Y no, no son gorditas las que queremos. Las gorditas tiene grasa, y no le gusta a nadie. Las queremos carnosas, las que tienen carnes.
Durante mucho tiempo, mi ideal de mujer fue... Gemma Nierga, la presentadora de las tardes en la Cadena SER. Para que te hagas una idea de cómo me gustan las féminas: pelín atractivas, pero, sobre todo, inteligentes, tolerantes y con sentido del humor. Ultimamente me quedé "prendado" (es un decir) de la actriz Keira Knightley, principalmente por su papel en "Love Actually". Besos.
Creo que tienes razón en lo de Sacrlett, a las chicas con las que he hablado del tema (excepto mis hermanas, que además son delgaditas) les parece una chica demasiado vulgar. Pero yo creo que es muy atractiva. En general, me gustan las mujeres con curvas, será mi yo animal, pero últimamente cada vez me gusta más Audrey Hepburn, no sé, es de esas mujeres que cuanto más las miras más bellas te parecen. Es un tema complicado, yo creo que más que antropología influye el gusto subjetivo, que no tengo ni idea de cómo se conforma.
La envidia es muy mala consejera.
A mi personalmente no me gusta pero hay que reconocer que tiene muy buen cuerpo, muy sexy y lo que es más importante, natural. Lo cual demuestra que somos nosotras las que nos empeñamos en castigar nuestro cuerpo con dietas y gimnasios porque en el fondo (y en la superficie) nuestros hombres no pueden evitar mirar a mujeres del estilo Scarlett. Ya lo dice el dicho que tiran más dos tetas que dos carretas y la experiencia me ha enseñado que cuando perdemos peso lo primero que se pierde es pecho...
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