jueves, agosto 10, 2006

La ansiedad


Una mariposa revoloteando por el hemisferio derecho del cerebro. O una legión de hormigas díscolas avanzando por el hipotálamo. También la sensación de que una prensa empuja las sienes y el cuello, como si unos dedos de acero presionaran las primeras cervicales. No siempre llega así de sutil el primer aviso. Pero, o antes o después, casi todos en algún momento de la vida hemos sufrido un ataque de ansiedad, sentimos una especie de ladrillo aplastando el pecho. Una losa que asfixia. Un no poder olvidarse del aire que entra y que sale por la nariz; los latidos del corazón en estéreo. La cara sin mejillas, el cuerpo sin saber dónde acomodarse, incapaz de hallar una posición natural para lograr que las cosas vuelvan a ser como antes, y que los minutos tengan segundos, que llueva en el Norte, que oscurezca a las nueve.
Esa nostalgia de normalidad acelera los pensamientos atropellados y prolonga la impotencia, como si hubieras montado en una atracción de feria de la que quisieras bajarte a mitad de trayecto, pero no puedes. Lo peor es que, cuando regresas a la normalidad, no soportas la nostalgia de aquel ataque de ansiedad y borras las aristas de su recuerdo porque no quieres conservar sus pasajes ni reproducir mentalmente aquel malestar tan confuso. Tiendes a buscar una causa blanca, como el estrés, por ejemplo. Socialmente está bien visto; de hecho, se ha erigido a su alrededor una industria próspera; nadie, aún, queda estigmatizado por trabajar mucho, ser mujer-madre-profesional con siete cabezas, y eso origina un sentimiento de comprensión. Pero, dejando aparte el estrés, la ansiedad procede de otros campos de cultivo. Allí donde van madurando como espigas unas cuantas preguntas sin respuesta. La mayoría se refieren a la pérdida, la frustración, el fracaso, el desamor, el aburrimiento... y carecen del prestigio social del que goza el estrés, incluso la propia ansiedad, que hoy disfruta de una aceptación parecida a las alergias por el polen.
La ansiedad resulta una suerte de cajón de sastre donde cabe desde el miedo escénico, la timidez frente a un grupo, la mente en blanco en un examen, hasta ese malestar sin origen ni causa objetiva, difícil de identificar. En el otro extremo se halla el impulso para afrontar nuevos retos, movilizar la cabeza y la experiencia y activar el estado de alerta; un grado de ansiedad deseable, que ha sido fundamental para la supervivencia de la especie. O sea, que, como el colesterol, hay una ansiedad mala y una ansiedad buena y, dejando en paz el estrés, la una tiene que ver con las emociones que se encapsulan hasta atragantarse. La otra con las que vuelan, sin complejos, hasta donde nos da la gana.

3 comentarios:

Lurka dijo...

Ala!! Que interesante!!. Resulta que en algún momento critico de mi vida he tenido ataques de ansiedad (leves, si) y como no lo sabía, he seguido adelante tan tranquila sin darle importancia. A veces la ignorancia no es tan mala!!
Muy educativo tu Post.:-P

Anónimo dijo...

¿Hasta en vacaciones, hija mia? Pues no, eso hay que dejarlo para el resto del año, aunque suene duro, jejeje.
Asumir el estado de ansiedad es el primer paso para dejar de sentirlo. Más complicado es solucionar las causas que lo provocan.
¿Para cuando ese grito?.
Un beso, preciosa.

Unknown dijo...

hola, te convido a leer mis poesias; www.largocaminodelolvido.blogspot.com y si estas o estuviste enamorada me interesa tu opinion.