lunes, octubre 22, 2007

El fracaso

La Constitución española redactada por Juan Benet y compuesta por un solo artículo aún no se ha superado. Aquella Carta Magna decía así:

“Artículo 1: Todo español tiene derecho a fracasar”.


Yo, que veo una pared y tengo la costumbre de lanzarme a darme la hostia pensando siempre que estará blandito, reivindico aquí el fracaso y recomiendo estrategias para estrellarse sentimentalmente con éxito y apoyo del entorno cercano en la sociedad actual. Desde luego que es mejor fracasar con un tipo de tu edad, si quieres ser original elige siempre a un hombre mayor si eres mujer, o a una mujer más joven si eres hombre. Si eres gay pasa al punto dos, está mejor visto ser infeliz con una pareja heterosexual.
Es preferible vivir a disgusto con alguien de tu clase social. Sobre todo si eres pobre. Tu familia no podría perdonarte que alguien más rico te hiciera daño. Elige para arruinar tu vida a una persona que haya ido a tu colegio, a tu misma Universidad o que sea amigo de la familia de toda la vida.
Mejor si eres la víctima. Cuando sientas la humillación de unos cuernos a destiempo o del desamor más distraído, repítete a ti misma que todos vuestros amigos, familia y profesionales allegados te preferirán a ti por seguir queriendo aún al precio de tu dignidad.
Mejor fracasar junto a una pareja que no sea alcohólica ni yonqui, que no le guste el juego, que jamás haya pagado por el sexo y, a ser posible, que no fume. Por mucho daño que te haga alguien que carezca de estos vicios siempre estará mejor visto. Y si decides volver nadie te llamará tonta.
Mejor si celebras la Navidad y vas de vacaciones en verano (y algunas Semanas Santas) y le has comprado a su madre dos regalos por su cumpleaños aunque nunca te cayera bien. Mejor si no has engordado diez kilos desde que te enamoraste. Así nadie pensará que la culpa de que no te desee es tuya. Mejor si has empeñado la mitad de tu vida en hacer un disfraz a tu medida y ahora descubres que estás desnuda. Siempre habrá gente que se quede prendada con el traje nuevo de la emperatriz.


Con amor, para ti Vivi

martes, octubre 16, 2007

El par de calcetines


Nunca he sido maniática para la gente, pero desde que tengo blog prefiero decir que soy observadora. Y lo que antes era onanismo mental, en adelante será teoría sociología. Así pues, considerad en adelante como sospechosas, traidoras y personas de las que no fiarse jamás a los siguientes tipos de sujetos (hablemos mejor de tipologías, que ya digo que estoy crecidita):

Los que no se comen el final de la pizza.
Los que abren el brick de leche sin emplear la fuerza ni las tijeras. Esa clase de gente que le encuentra algún sentido a la línea de puntos que aparece dibujada en el cartón. Si además no derraman unas gotitas al estrenarlo, huye.
Las personas con dinero que llevan ropa raída o rota. ¿Qué es lo que esconden? ¿Acaso piensan que su aspecto es chic?
Los que nunca desparejan sus calcetines. Los lavan todos juntos, los tienden juntos y llegan al cajón (bien doblados) ¡juntos! La maldad intrínseca de estos seres es directamente proporcional al buen rollo de quienes salen a la calle con calcetines desparejados. A este respecto aporto bibliografía. Leed ‘El hijo de Guttenberg', de Borja Declaux. (In memoriam).
Los que dicen de sí mismos que su único problema es que son demasiado buenas personas.
Todos aquellos que no quieren salir en las fotos de grupo y, en general, los que detestan poner fotografiados y siempre ponen pegas, aún cuando quien dispara es alguien que les quiere.
Los que se ponen de mal humor cada Navidad.
Los que hablan consigo mismos en tercera persona. En plan: "Vamos Manuela, tú puedes hacerlo". Cuando la que habla es Manuela y lo hace en alto y sin pudor.

PD: Excepción a la infalible regla. Conozco a una mujer a la que confiaría la vida de mis hijos e incluso la de mi perro (que no tengo), que sólo ha desparejado una pareja de calcetines en la vida. ella es la excepción a la regla, pero en todo caso salva la teoría por aquel huérfano de algodón negro que posó en el alfeizar de la ventana la espera de su pareja perdida. Un año después regresó el sujeto extraviado de la casa de vacaciones de la Costa Brava y se fundió en un apretado nudo con su amante. Ahora, los dos huelen a suavizante y descansan juntos el cajón de mi amiga, que nunca ha llevado calcetines distintos pero que siempre ha tratado con bondad poética a cada uno de sus cubrepinreles.

martes, octubre 02, 2007

Mamá quiero ser sexy


Los médicos han dado la voz de alarma pero de momento nadie les hace demasiado caso: la infancia de nuestros hijos es, a los efectos, tres o cuatro años más corta de lo que fue la nuestra. El fenómeno no por curioso deja de ser inquietante. Las niñas, por ejemplo, ya no quieren jugar con plastilina o montar en bici, lo que quieren es bailar como Shakira, vestirse como Paulina Rubio y tener el pelo de Beyoncé. Lo malo es que también pretenden hacerse piercings, usar minifalda y tener “novio”. Pero el fenómeno va aún más allá.
Hace unos meses muchos pusieron un grito en el cielo por un anuncio de Armani en el que aparecían dos niñas asiáticas de seis o siete años maquilladas y vestidas de tal guisa que parecían un reclamo procaz que incitaba al turismo sexual. El anuncio fue retirado y la firma se disculpó pero a nadie se le escapa que la publicidad lo que hace es mirarse en el espejo de la sociedad y utilizar rasgos que ya existen en ella. Actualmente la polémica esta servida por el anuncio de Nolita contra la anorexia. Dicen los especialistas que la alimentación actual y la obesidad infantil adelantan la pubertad de modo que hoy las niñas y los niños se desarrollan antes; pero no solo se trata de eso.
En la oscarizada película Little Miss Sunshine puede verse cómo una familia de clase media hace todo tipo de locuras para que su niña de seis años llegue a tiempo de tomar parte en un concurso de belleza infantil en el que las participantes (maquilladas, peinadas y siliconadas) resultan ser la versión bonsái de Britney Spears o la tonta de Paris Hilton. El fenómeno no se limita a las niñas, los chicos también reclaman su acceso precoz a la feria de vanidades: uno pide que le hagan mechas rubias en el pelo, otro quiere un pendiente en la oreja y todos reclaman un piercing o un tatuaje. Según los expertos, el problema no es únicamente que con esta tendencia se les esté robando a unas y otros una etapa tan fundamental en la vida de todo ser humano como la niñez. El mayor problema reside en que la evidente erotización de la infancia eleva los riesgos de sufrir alteraciones de conducta, enamoramientos frustrados y por supuesto trastornos alimentarios tan temidos como la anorexia. Los medios de comunicación, la publicidad y los modelos a imitar (cantantes infantiles y demás monstruitos) potencian dicho fenómeno desde una edad tan temprana que los chicos no están formados para asumirla. En otras palabras, la sexualidad precoz acaba por eclipsar diversos aspectos importantes de la personalidad y se convierte en el único baremo válido para juzgar a alguien. Cada época tiene sus excesos y sus absurdos.
Aún recuerdo mi primer lápiz de labios comprado a escondidas (catorce años) y mis primeros zapatos de tacón (cerca de los dieciséis). Era yo por tanto una anciana comparada con estas lolitas actuales que andan ya pidiendo guerra a los ocho y que, probablemente, ni siquiera recuerdan cómo comenzaron en tales lides. Los distintos ritos iniciáticos, servían antaño para marcar la frontera entre la edad infantil y la adulta a los doce o trece años. Naturalmente no voy a ser tan retrógrada (ni tan ilusa) de pedir que volvamos a ellos, tampoco de que regrese la deliciosa posibilidad que tuvimos nosotros de ver cómo nuestra infancia se disolvía poco a poco hasta convertirse en adolescencia. Lo único que pretendo al señalar el fenómeno es alertar a ciertos padres que parecen encantados de que sus niños y niñas sean tan precoces. Pienso que sería mejor que los ayudasen a vivir y a disfrutar de su infancia un poco más y que les explicasen que ya tendrán tiempo harto suficiente de ser sexys, de enamorase y por supuesto de llorar y sufrir por amor. Ayudarles, en definitiva, a que nadie ni nada les robe la infancia porque es, todos los viejos lo sabemos, posiblemente la etapa más feliz de la vida.