lunes, julio 21, 2008

Locura transitoria


Los vi hace seis meses en una revista y algo en mi interior clamó: «Los quiero». Eran unos manolos, altos, nada prácticos, incómodos, imposibles. Seguí su rastro hasta una tienda de Barcelona. Cada día pasaba por delante para verlos y podía oír cómo me llamaban desde el escaparate. Aun así era capaz de resistir la tentación de poseerlos porque su absurdo precio me echaba para atrás: ¿Cómo es posible que unos zapatos cuesten el sueldo con el que podría mantenerme durante una temporadita? Bueno, es posible, pero sobre todo es feo, en especial cuando hay tantas familias que ni en sus previsiones más optimistas lograrían sumar esa cifra a principios de mes. Así que tomé la decisión de no comprarlos, sintiéndome vagamente heroica por eso.
Hay algo completamente malsano en gastarse un montón de dinero en algo que destroza los pies. Mi armario está lleno de zapatos con la suela impecable pues, por uno u otro motivo, jamás me los pongo: sandalias que me dejaron unas secuelas dolorosísimas; zapatos que me hicieron unas ampollas en las plantas que tardaron semanas en curarse... Cada vez que miro la estantería del calzado, me tiraría de los pelos por todos esos euros invertidos en esta ridícula e inútil vanidad. No alcanzo a entender qué me pasó por la cabeza cada vez que adquirí un par de instrumentos de tortura que ni siquiera estreno. ¿Estaría abducida? ¿Sufro un trastorno de personalidad que solo se manifiesta cuando entro en una zapatería? ¿Me echan algo en la comida?

Pero he aprendido la lección; nada de eso volverá a pasarme. A partir de ahora, solo zapatos cómodos, para andar millas. Se acabó el invertir en taconazos que terminarán criando polvo o –en el mejor de los casos– en los pies de una amiga a la que no le importe sufrir.

Últimas rebajas. Los zapatos de mis sueños están a mitad de precio. Pero voy a ser fuerte; unos simples trozos de cuero no podrán con mi voluntad. Pasaré de largo. Veo a una chica con gafas y pinta de alelada entrar en la tienda y preguntar por el número de mis zapatos. Es el cuarenta. La observo mientras se los prueba con las manos temblorosas. Camina torpemente con ellos.

¿Quién será esa mujer que saca sin pestañear la VISA y se lleva unos zapatos que no se va a poner nunca? Si no fuera porque he decidido que jamás voy a comprarme un calzado bello pero incómodo, diría que soy yo o que, por lo menos, se parece muchísimo a mí.

martes, julio 15, 2008

Momento "Nina Simone"



"Un fundido en negro se cierne milimétrico, elegante y sugerente sobre una Céline que baila una canción de Nina Simone ante un Jesse que, al fin, se descompone en moléculas".

Lo que podríamos llamar mini o micro decepciones son transcendentes, de hecho nada tienen que ver con los socavones de la vida, ni tan siquiera con sus costuras torcidas. No arrastran el desierto que viene después del dolor, o los desmayos del alma enferma ante la pérdida. A menudo, incluso nos sentimos privilegiados al adivinar que lo que hace que el día se nos atraviese es una auténtica menudencia, pero, aun así, es capaz de merodear alrededor de la almohada y estampar su firma en la esquina. Estas decepciones guardan relación con el relato personal que cada ser humano escribe mentalmente al compás de sus días. A pesar de que lo hayamos moldeado a golpes de crisis y raciones de aprendizaje, alterando alguno de los capítulos que en otro tiempo nos parecían intocables, nuestro relato no está inmunizado ante la decepción. A veces se veía venir, dices, y otras te asalta por sorpresa, cambiando bruscamente los renglones y moviendo las palabras sin punto y aparte; ahí donde había cercanía escribes falsedad, donde leías cariño, ahora figura rechazo. Se trata de microdecepciones pasajeras, por lo que sus garras no tienen categoría de envite, pero resultan descorteses e incluso miserables. En ellas puede cobijarse la ignorancia o la falta de reconocimiento, el ninguneo o la envidia que esperaba impaciente el momento para su puesta de largo. Pero tal vez lo más intolerable de las microdecepciones sea su falta de elegancia; su espesura contrapuesta a lo noble, lo transparente.

Como si todo tuviera un precio. A veces, las relaciones de trabajo se camuflan (por interés) bajo falsas muestras de amistad mientras algunas relaciones amorosas se confunden con historias imaginarias que nunca serán tal y como se habían soñado. Lo bueno es que en ocasiones son mucho mejores. Ésas son las verdaderas conquistas, aunque para lograrlas hay que vivir a cara descubierta, sin reprimirle al corazón sus discursos temerarios. Dice Eduard Punset que la capacidad de amar, en las personas dichosas, es superior a su miedo. Para ejercer la curiosidad o sentir un golpe de emoción es necesario abandonar estrategias y cálculos. A menudo nos aconsejamos unos a otros precaución en las relaciones humanas, medir la entrega, aprender de las decepciones. Nunca he creído que la experiencia sea garantía de nada, pero como mínimo te enseña que en muchas ocasiones tus problemas, en realidad, son los problemas de otros. No sé si la felicidad es una sala de espera, la planificación del viaje en lugar del propio viaje, como dice Punset. En todo caso, continúa siendo un auténtico milagro que a un día le suceda otro, el primer café, la promesa de una nueva página en blanco.

¿Se decepcionará Céline si realmente Jesse deja escapar su avión? yo creo que esto merece una tercera parte denominada "Antes del anochecer"...

lunes, julio 07, 2008

Silencios


«¿Me quieres?», «Sí, y es para siempre». Este asomo de diálogo al estilo de Woody Allen representa uno de los mitos de la relación entre hombres y mujeres: la dificultad de comunicarse. Los silencios masculinos han sido mitificados por la psicología y la vida cotidiana, contrapuestos a un universo femenino parlanchín que despliega su incontinencia verbal como síntoma de algo, tal vez de un urgente deseo de proyectarse a través de la palabra. A veces coincido en tertulias con personas de verbo arrollador y gran facilidad para enhebrar palabras –no siempre ideas– que sin duda proceden de su aparente seguridad. Apenas dudan antes de lanzar una sentencia, y aunque las más hábiles reconocen que pueden hacer demagogia, les atrae el juego de provocar y sentenciar demostrando su poder mediático. Una psicóloga me convenció de que esas personas no actúan así gracias a su autoestima; quienes tienen una alta percepción de sí mismos, me dijo, no suelen exhibirse, andan por la vida sin hacer ruido. Llamar la atención, mostrarse hipercomunicativo e ingenioso no es un factor de por sí ejemplar; a veces esconde carencias e infortunios personales. La neurología atribuye a las mujeres un mayor desarrollo del hemisferio izquierdo –dotado para el lenguaje, entre otras cosas– y a los hombres del derecho –sentido de la orientación, matemáticas, etc.– No obstante, la ciencia escapa al inmovilismo, dispuesta a revisar mitos. Recientemente, en la Universidad de Arizona, se comprobó que hombres y mujeres utilizamos el mismo número de palabras al día, y en un estudio publicado en «Science» se certifi - có que las mujeres también están dotadas para las matemáticas. La palabra está contenida en un cuerpo mientras que la intimidad cabalga entre el sentimiento, la percepción y las turbulencias de la mente, pero necesita palabras para ser articulado. Las mujeres nos quejamos de que los hombres hablan poco, sobre todo cuando ese silencio se convierte en un obstáculo para comunicarse, pero en los parques aún escuchamos: «Los niños no lloran, no seas como una niña». En esa castración emocional nadie se queda al margen. Hablar por hablar es catártico, muchas veces entretiene y divierte. Pero la incomunicación no se ancla tan sólo en la falta de palabras ni es exclusivamente masculina. Se trata de la dificultad de meterse en la piel del otro y, en cambio, querer estar en su cabeza. De querer predecir lo que piensa y siente, resolver sus silencios con nuestros pensamientos, poner por delante nuestras audaces pesquisas para resolver dudas en lugar de hacer una pregunta, aunque la respuesta no sea la que querríamos escuchar. Como decía Steinbeck: «Lo mejor es lo más simple, pero para ser simple hay que pensar mucho». Era hombre de pocas palabras, pero había algo que conmovía. Emergían las alas de un mundo interior, y conectaban con la propia dificultad de explicarnos.

jueves, junio 12, 2008

Abrázame mucho


Hace tiempo vi una película había un personaje interpretado por el incombustible Seymour Cassel que iba pidiendo abrazos a todo el mundo para no recibir mas que chascos y desplantes. Al final , en uno de esos momentos que sólo el cine y algunos privilegiados momentos en la vida nos conceden , el único personaje al que no se lo había pedido, es el que termina abrazándole. Me gusta recordar ese abrazo de Lili Taylor como un abrazo perfecto de una película imperfecta, qué caray, pero sincera hasta decir basta.
Hay abrazos de película que me fascinan, abrazos que huelen a sal y a lápiz de labios corrido, como el de Deborah Kerr y Burt Lancaster a la orilla de la playa en “De aquí a la etrnidad” o el último abrazo de John Malkovich a Michelle Pfeiffer en “Las relaciones poeligrosas” antes de decirle que va a dejarla para siempre o los abrazos desesperados de los amantes de “Happy together”. También me gustan los no abrazos, cuando desde la butaca de un cine deseas tanto que los personajes se pierdan uno en los brazos del otro, que te duelen los hombros y hasta la mandíbula, pero ellos, que saben de la fuera de las cosas que no se hacen, se mantienen a distancia aunque algo en el aire apunte que la distancia que les separa está ardiendo.







Hay abrazos falsamente emotivos, de esos que te hacen crujir las costillas, son abrazos donde hay alguien (el que te hace crujir) que irremediablemente sobreactúa. A veces uno, aunque sea un experto en abrazos, puede confundir las cosas y creer que es un abrazo de verdad, pero se equivoca : el abrazador utiliza la fuerza del abrazo para confundir al abrazado , es una llave de jiujitsu camuflada. Desconfiad siempre de los abrazos que da un abrigo marrón o verde loden o acolchado. Desconfiad de los abrazos de los entrenadores de fútbol o de los subsecretarios. Desconfiad de los que os dicen “Ven a mis brazos”.
Hay abrazos absurdos , como cuando uno se encuentra por la calle con alguien de quien no recuerda el nombre y se ve envuelto en un océano de brazos y golpes de espalda bienintencionados, pero que no llevan sino a una incómoda perplejidad, y cuando él o ella, los que os han abrazado, doblan la esquina, la piel empieza a ponerse morada de nostalgia, como si ese simulacro de abrazo os hiciera echar de menos algo que no se sabe muy bien qué es pero duele.
Hoy las calles se llenan de gente que reclama abrazos para no sé que competición o récord o quiniela, me recuerdan a esa vieja tía con verruga peluda que siempre cuando
éramos pequeños os pedía un beso y hasta un abrazo.
Hay otros abrazos que son raros, un entrechocar torpe de huesos, como el primer abrazo de Jack y la novia cadáver. A los tímidos les cuesta abrazar, pero como la española de la copla, cuando abrazan, abrazan de verdad y no importa el crujir de huesos ni la torpeza , ni las gafas que se tuercen por el camino, ni las narices que tropiezan porque los abrazos no son como los besos pero casi.

jueves, mayo 15, 2008

La eterna búsqueda de la felicidad


La mayoría de los muchos libros que, según ellos, nos ayudan a encontrar la felicidad hacen siempre una alusión admirativa y también agradecida a Thomas Jefferson, él fue el responsable de que en la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos se incluyeran como derechos inalienables del ser humano “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Magnífica frase, sin duda, que debería ser la base de toda sociedad moderna; pero su última parte –“la búsqueda de la felicidad”– ha creado un malentendido que, a mi modo de ver, resulta negativo. Primero me gustaría decir que la búsqueda de la felicidad es un problema que preocupa sólo a sociedades que ya de por sí son bastante felices. Como es lógico, para quienes están penando por dar de comer a sus hijos o por evitar ser víctimas de la injusticia, de la enfermedad o de la muerte su meta es sobrevivir y no tienen tiempo de pensar en otra cosa. Para ellos por tanto la felicidad no es un fin sino una consecuencia que se deriva de lo que les ocurre. En otras palabras, son felices porque ese día han logrado un pedazo de pan que llevarse a la boca o porque han evitado a sus hijos un gran peligro. En las sociedades ricas, en cambio, la felicidad es un fin. La mayoría de nosotros, cuando nos preguntan qué es lo que más deseamos en esta vida respondemos que ser felices. Y ser feliz en el mundo opulento está casi siempre relacionado con lo que tenemos y, más aún, con lo que tienen los demás. Antes, la comparación (casi siempre desfavorable) con lo que tenía el prójimo no era demasiado aplastante. Porque hasta hace poco, nosotros nos medíamos con nuestros pares y con las personas de nuestro entorno. Así, podíamos pensar, por ejemplo, que éramos más o menos guapos / ricos / inteligentes que el vecino del quinto o que el farmacéutico de la esquina o que nuestro cuñado Pepe. En cambio ahora, en la era de la información, no nos medimos con nuestros pares, tampoco con nuestros allegados. Nos medimos con lo que vemos en la tele y en el cine. Nos comparamos por tanto no con la vecina del quinto sino con Angelina Jolie; no con el farmacéutico de la esquina sino con Bill Gates y no con nuestro cuñado Pepe sino con Philip Roth. Tal vez les parezca que exagero, pero les aseguro que no demasiado. Es posible que conscientemente nadie se mida con estos modelos inalcanzables, pero están ahí y esa sola circunstancia crea un nivel de exigencia personal y también de deseo que no es el que tenían nuestros abuelos. Por todo esto, a mi modo de ver, el hecho de que los librillos de autoayuda que tanto infestan nuestras vidas digan, parafraseando a Jefferson, que la felicidad es un derecho, no hacen más que añadir leña a la hoguera de nuestra insatisfacción. Consciente o inconscientemente lo que esas publicaciones intentan hacernos creer es que la felicidad nos es debida, que la merecemos y que, en una sociedad abierta, está al alcance de todos. Para empezar, el primer error reside en una falsa interpretación de la frase de Jefferson. Él nunca dijo que tuviéramos derecho a la felicidad sino a su búsqueda, lo que implica no una actitud pasiva, sino una muy activa. Por eso, que nadie espere que la felicidad le venga de fuera como un don divino; hay que currársela, como todo en esta vida. Después, está el asunto de las comparaciones. Otra de las falacias de la sociedad moderna es la de hacernos creer que podemos llegar a ser Alguien con mayúsculas. No, ni vamos a ser Angelina Jolie, ni Bill Gates ni Philip Roth; de modo que no vale la pena perder ni un momento de felicidad en eso. Y por fin está el tema más peliagudo de todos: el de que la felicidad está no en contar lo que uno no tiene, como hacemos todos en esta sociedad ricachona y caprichosa en la que vivimos, sino en contar precisamente lo que sí tenemos. Porque esa es la gran paradoja del ser humano: cuánto más tiene más echa en falta aquello de lo que carece, y cuantas más carencias más aprecia lo que tiene. Pequeñas compensaciones que hacen pensar que no todo es tan injusto en esta vida…

miércoles, marzo 05, 2008

Cuando ya no importa


Acabo de vivir una de esas historias que nunca se olvidan, que no te dejan indiferente y que no todos debiéramos recomendarnos a nosotros mismos ni a nuestros seres queridos, pero me ha ayudado a entender el misterio de la vida. La vida absurda, la vida breve, la vida aparcada en la roulotte de los sueños.

Morir y despertar son la misma cosa.

La bondad no está de moda. Parece un tema anticuado, todo aquello que sientes cuando haces algo por alguien cuando lo necesita, o simplemente para que se sienta mejor y tu no esperas nada a cambio. En la vida o en los sueños, (ya no sé si estoy despierta o dormida), además, no suele funcionar. Sin embargo, hay momentos de la vida que son realmente difíciles donde piensas en lo peor y es entonces que con esta virtud que transmite la gente que te quiere hace que llegues a salir confortada con la bondad del ser humano. Piensas en lo felices que puedes hacer a los demás. Y no es Dalai Lama, ni si se te apareció la Virgen, sino ser una mujer que puede hundir sus pies descalzos en la hierba bañada por la lluvia y respirar hondo en ese momento animal y todos los momentos que te restan...

Como en la película de Isabel Coixet “Mi vida sin mi”, todos nos hemos atrevido alguna vez a imaginarlo, sobre todo en la niñez, a pensar como seguirá todo por ahí rodando sin estar nosotros para contarlo. Lo que no suponía es que se puede hacer de otro modo. Viéndolo a través de una rutina donde llueve, donde no deja de sonar el teléfono, donde tus hijos te reclaman, escuchando una canción de amor encerrada en el coche y tomándote la última ración de tarta de queso que queda en el último bar abierto en el mundo una desapacible noche de invierno...

Cada uno hará su reflexión sobre esta lección de vida, para mí casi el más magnífico testamento a dejar en vida. Alguien me contó una vez qué sería de nosotros si nos quedara tan poco tiempo para ser felices hace tres semanas me dijeron que tenía un cáncer, he vivido una verdadera pesadilla, la peor de mi vida, pero he aprendido muchas cosas, los médicos son los más felices de la especie humana: los éxitos que puedan tener son proclamados por el mundo mientras que sus errores los cubre la tierra”.

Gracias, gracias y mil gracias, por vuestro apoyo, por vuestros ánimos, por ese positivismo, esas ganas de seguir arrancándome una sonrisa y sobretodo por… esa bondad.

miércoles, febrero 13, 2008

Nueva colección Bambalinas


No sin más ilusión que la primera colección, os presento la nueva temporada de bambalinas otoño invierno 08. Hay alguna que otra novedad, como que he incluido algunas prendas para nuestros varones y he trabajado nuevos tejidos, planas con liberty y tejidos invernales pero muy, muy suaves… para seguir cuidando una vez más entre bambalinas y algodones a los más baby´s!! Espero que os guste!! Cualquier escusa es buena para dar a conocer la marca y que menos que en mi blog, ¿no? También podéis ver más cositas en:

www.entrebambalinas.com

domingo, febrero 10, 2008

Optimismo

Basta de quejas, de críticas, de lamentos y de letanías. Basta de “qué mal está todo” “¿dónde vamos a llegar? ” “antes esto no ocurría” y de “como sigamos así nos hundimos”. A lo mejor es porque hoy he puesto la radio y sonaba Amy, cuanto me sube la moral esta mujer y mira que pobre... vaya una! porque el vestido que me quería poner estaba milagrosamente limpio y planchado, porque nadie me ha echado el humo en la cara mientras me tomaba un café con leche perfecto con su punto justo de espuma, porque mañana es el cumpleaños de Lucía y ella está tan contenta. Yo, que si tuviera que ser un personaje de dibujos animados me convertiría en Mafalda, he decidido buscar razones para ser aun más optimista, de hecho siempre me he considerado así.
Una de las cosas que alienta el optimismo es la idea – idea refrendada constantemente por la realidad- que las posibilidades de metamorfosis de la humanidad son infinitas. Dice Edgar Morin en “Cultura y barbarie europeas” que a menudo en la historia, lo improbable se convierte en probable . O sea que, aunque los vaticinios sean funestos, aunque todo parezca indicar que nos dirigimos al caos, un giro inesperado en los acontecimientos puede cambiar las cosas. ¿Quién nos dice a nosotros que pasado mañan, nuestros políticos se levantan como yo hoy, con buen ánimo y se dicen “oye, venga, vamos a ver cuales son los problemas que de verdad le preocupan a la gente y vamos a trabajar todos codo con codo para solucionarlos dejándonos de monsergas, dejándonos de insultos y de ver quien va a quedar mejor en la foto, a ver por unos días, por un ratito, pensemos en las soluciones como si no fuéramos políticos, como si no fuéramos de una comunidad de vecinos donde uno piensa siempre que paga mas que el otro y el rellano de su piso siempre está mas sucio.
Después de todo, todo es posible. Por poner un ejemplo : ¿Acaso no le auguraban dos meses al matrimonio de Antonio Banderas y Melanie Griffith y ahí los tienen, tan contentos despues de diez años? Y Esperanza Aguirre y Josep Piqué eran de izquierdas ¿no? Y hace diez años nadie sabía lo que era un blog y ahora hasta los pastores de los Pirineos tienen blogs propios. ¡Y una jueza se ha casado con otra mujer! ¡Y en Arabia Saudí por fin permiten a las mujeres sacarse el permiso de conducir! ¡Y la guardia civil ha admitido a un transexual! Cómo le hubiera gustado a Federico García Lorca conocerle. Como veis por todas partes hay ejemplos que alimentan el optimismo, basta con fijarse.
Ahora me está entrando miedo de volverme demasiado optimista así que recordaré las palabras de Gramsci “El pesimismo que nos da el conocimiento no impide el optimismo de la voluntad”. A ver cómo me levanto mañana de momento me voy a dormir viendo Melinda y Melinda, una pelícila que explica diferentes historias de diferentes personajes que se cruzan entre si, el enamoramiento, la fragilidad del amor, la infidelidad y la incapacidad de comunicarse... por cierto que poco me gustan las películas dobladas al catalán!

Generaciones

No soy de las típicas madres que van cada día al colegio a recoger a sus hijos, sin embargo sí lo hago los viernes por la tarde que para mi son sagrados. Aunque intuía desde un buen principio que podía encontrarme "de todo", estas tardes de vienres llego fresca y sin manías, dispuesta a entregar media horita de mi tiempo a escuchar y compartir historias de mujeres, a despotricar de los maridos y a empaparme de sabiduría maternal. No tardé en descubrir que existen dos grupos, el de las madres "cachondas" y el de las "desesperadas".
A veces se juntan y otras van por separado.
Las "cachondas" son capaces de llegar y soltar una pregunta tan curiosa como: "Si en toda tu vida sólo hubieses bebido agua, es decir, si no hubieses estado bajo la influencia del alcohol... ¿cuántos polvos hubieses dejado de pegarte?" Y las "desesperadas" sólo son capaces de cuestionarse si el psicólogo infantil, al que van sus hijos, está capacitado para recetar antidepresivos, si la pintura acrílica con agua que le vendieron, como pintura ecológica, para pintar el cuarto de los niños puede causarles alergias o si el mejor regalo para un niño que empieza a leer es un dominio en internet o un móvil.
Hoy he recibido un e-mail muy simpático, una felicitación para todos aquellos niños que nacimos entre los años 30 y los 70, atentas madres "desesperadas". ¡Va por vosotras!

• Sobrevivíamos al hecho de ser nacidos de madres que fumaban y bebían durante el embarazo, que tomaban aspirina, comían queso roquefort y atún de lata, y además no se hacían la prueba del azúcar.
• Dormíamos en cunas pintadas con pintura de alto contenido en plomo.

• Sobrevivíamos sin medicamentos con tapones a prueba de niños, ni protectores de corriente y andábamos todo el día en bicicleta, sin casco, sin coderas y sin rodilleras.
• Paseábamos en coche sin asiento para bebes, sin cinturones de seguridad ni air bags.

• Bebíamos entre amigos de la misma botella y nadie se moría.
• Comíamos chuchees, palomitas, pipas, chufas y altramuces sin ahogarnos ni convertirnos en "focas obesas".

• Salíamos a jugar con los primos o vecinos y no regresábamos hasta que las farolas de la calle se encendían anunciando el anochecer, y nadie se preocupaba.

• No teníamos móviles ni GPS para ser localizados a ninguna hora del día y vivíamos felices.

• No teníamos Playstations, Nintendos, X-Boxes, Wii, ningún tipo de videojuego, ni 150 canales de cable o televisión satelite, no había videos, películas o DVD´s, no había sonido sensorround o CD´s o iPod´s, ni ordenadores, ni internet...teníamos amigos y salíamos a buscarles
.
• Nos caíamos de arboles, de caballos, nos rasguñamos, nos rompíamos huesos y dientes, sin demandar a nadie.

• Jugábamos con gusanos, arañas y un sinfín de bichos y no nos moríamos de alergias ni de picadas ni de virus.

• Nuestros juguetes eran canicas, pistolas, tirachinas... sin atragantarnos, matar o sacarle el ojo a nadie.
• Competíamos, ganábamos, perdíamos y aprendíamos a vivir con nuestros disgustos y carencias.

No cabe duda de que esta generación ha aportado, grandes genios, creadores, inventores, personajes que han sabido tomar riesgos y resolver muchísimos problemas.
Los últimos 50 años han sido una "explosión" de innovación y de nuevas ideas. Tuvimos libertad, fracaso, éxito, responsabilidad y aprendimos a lidiar con todo ello.
Para toda esta generación... ¡FELICIDADES! Y a todas aquellas madres ¨desesperadas¨ que no dejan vivir a sus retoños, las castigo sin agua para el resto de su vida... y eso sí, para todas ¡MUCHOS POLVOS!

lunes, enero 28, 2008

Las canciones de amor a veces son alegres


En un momento de una de las películas de amor mas bellas que se han rodado, “La mujer de al lado" de François Truffaut, el personaje de Mathilde interpretado por Fanny Ardant dice, sonriendo tristemente: “la verdad de la vida está en las canciones de amor: no puedo vivir sin ti, me haces falta como el aire que respiro, te amaré hasta la muerte…”. Y sin embargo, las canciones populares siguen siendo una especie de subgénero que no recibe ningún tipo de reconocimiento, como si sus autores - salvo muy pocas excepciones, Dylan, Leonard Cohen , Neil Young…- fueran una especie de artistas de cuarta categoría.
Hay canciones que en tres minutos son capaces de expresar de una manera admirable todos los estados de ánimo y todas las fases por las que puede pasar un ser humano. Morrisey, uno de los cantantes más carismáticos que ha dado el pop mundial, escribió una canción que es toda una oda al componente masoquista que tienen muchas relaciones donde uno ama más que el otro: “Cuanto más me ignoras, más cerca estoy de ti, pierdes el tiempo porque ahora soy una parte importante del paisaje de tu mente, tanto si quieres como si no”. Esta es una de esas canciones que glorifica el amor no correspondido y Morrisey, con su voz doliente, la interpreta con un desdén que dignifica absolutamente la figura del que ama demasiado y en silencio.
La primera estrofa de una canción de Joy Division, un grupo que fue muy popular en los 80, es una admirable descripción de la desintegración de una pareja. “Cuando la rutina aparece y las ambiciones se recortan y el resentimiento crece pero las emociones no crecen y tomamos diferentes caminos, entonces el amor nos separará otra vez”. De la misma época es una canción de The Cure, “Oraciones por la lluvia”: “… me ahogo, respiro en el polvo, y nada brilla sino la desolación, y me avergüenzo de las horas que pasamos matando el tiempo otra vez, esperando la lluvia…”.
Las canciones pop pueden capturar la historia de una vida en dos frases. “Miedo es la cerradura y risa la llave de tu corazón” dice una canción de “Crosby, Stills, Nash and Young”. “Y despues de todos los amores de mi vida, de todas las mujeres, tú eres todavía la única “ se dice en “McArthur Park” , una canción que ha sido interpretada por todos los grandes desde Sinatra hasta Ella Fitzgerald. Y el poder de evocación que pueden tener un par de notas es inmenso: es imposible no oír una canción de Beach Boys sin oír las ola , sin oler la sal, sin ver buenas vibraciones haciéndose corpóreas en el aire.
Una de las canciones mas tristes que se han escrito es “Il faut savoir”, interpretada por Nina Simone como “You gotta learn”: “ En la vida , hay lecciones duras, y una de ellas es que tienes que aprender a vivir con el corazón roto”.
Quizás uno de los mejores y mas prolíficos autores de canciones de todos los tiempos fue Cole Porter. La mayoría de sus canciones son canciones de amor alegres y sin embargo en esos himnos al amor absoluto y a la alegría de vivir donde no importa nada sino la pasión que une a dos personas hay un componente de profunda melancolía, como si todos esos magistrales estallidos burbujeantes no fueran sino un exorcismo para conjurar los problemas y las situaciones de la vida real: ésa en que los amantes no ven fuegos artificiales cuando están juntos, ni huelen a orquídeas ni están convencidos de que van a amar y ser amados para siempre.
“ Pero aunque el amor se acabe y todo esté oscuro siempre nos quedarán las canciones de amor” como decía el inefable Gilbert O`Sullivan.