jueves, junio 12, 2008

Abrázame mucho


Hace tiempo vi una película había un personaje interpretado por el incombustible Seymour Cassel que iba pidiendo abrazos a todo el mundo para no recibir mas que chascos y desplantes. Al final , en uno de esos momentos que sólo el cine y algunos privilegiados momentos en la vida nos conceden , el único personaje al que no se lo había pedido, es el que termina abrazándole. Me gusta recordar ese abrazo de Lili Taylor como un abrazo perfecto de una película imperfecta, qué caray, pero sincera hasta decir basta.
Hay abrazos de película que me fascinan, abrazos que huelen a sal y a lápiz de labios corrido, como el de Deborah Kerr y Burt Lancaster a la orilla de la playa en “De aquí a la etrnidad” o el último abrazo de John Malkovich a Michelle Pfeiffer en “Las relaciones poeligrosas” antes de decirle que va a dejarla para siempre o los abrazos desesperados de los amantes de “Happy together”. También me gustan los no abrazos, cuando desde la butaca de un cine deseas tanto que los personajes se pierdan uno en los brazos del otro, que te duelen los hombros y hasta la mandíbula, pero ellos, que saben de la fuera de las cosas que no se hacen, se mantienen a distancia aunque algo en el aire apunte que la distancia que les separa está ardiendo.







Hay abrazos falsamente emotivos, de esos que te hacen crujir las costillas, son abrazos donde hay alguien (el que te hace crujir) que irremediablemente sobreactúa. A veces uno, aunque sea un experto en abrazos, puede confundir las cosas y creer que es un abrazo de verdad, pero se equivoca : el abrazador utiliza la fuerza del abrazo para confundir al abrazado , es una llave de jiujitsu camuflada. Desconfiad siempre de los abrazos que da un abrigo marrón o verde loden o acolchado. Desconfiad de los abrazos de los entrenadores de fútbol o de los subsecretarios. Desconfiad de los que os dicen “Ven a mis brazos”.
Hay abrazos absurdos , como cuando uno se encuentra por la calle con alguien de quien no recuerda el nombre y se ve envuelto en un océano de brazos y golpes de espalda bienintencionados, pero que no llevan sino a una incómoda perplejidad, y cuando él o ella, los que os han abrazado, doblan la esquina, la piel empieza a ponerse morada de nostalgia, como si ese simulacro de abrazo os hiciera echar de menos algo que no se sabe muy bien qué es pero duele.
Hoy las calles se llenan de gente que reclama abrazos para no sé que competición o récord o quiniela, me recuerdan a esa vieja tía con verruga peluda que siempre cuando
éramos pequeños os pedía un beso y hasta un abrazo.
Hay otros abrazos que son raros, un entrechocar torpe de huesos, como el primer abrazo de Jack y la novia cadáver. A los tímidos les cuesta abrazar, pero como la española de la copla, cuando abrazan, abrazan de verdad y no importa el crujir de huesos ni la torpeza , ni las gafas que se tuercen por el camino, ni las narices que tropiezan porque los abrazos no son como los besos pero casi.