lunes, julio 07, 2008

Silencios


«¿Me quieres?», «Sí, y es para siempre». Este asomo de diálogo al estilo de Woody Allen representa uno de los mitos de la relación entre hombres y mujeres: la dificultad de comunicarse. Los silencios masculinos han sido mitificados por la psicología y la vida cotidiana, contrapuestos a un universo femenino parlanchín que despliega su incontinencia verbal como síntoma de algo, tal vez de un urgente deseo de proyectarse a través de la palabra. A veces coincido en tertulias con personas de verbo arrollador y gran facilidad para enhebrar palabras –no siempre ideas– que sin duda proceden de su aparente seguridad. Apenas dudan antes de lanzar una sentencia, y aunque las más hábiles reconocen que pueden hacer demagogia, les atrae el juego de provocar y sentenciar demostrando su poder mediático. Una psicóloga me convenció de que esas personas no actúan así gracias a su autoestima; quienes tienen una alta percepción de sí mismos, me dijo, no suelen exhibirse, andan por la vida sin hacer ruido. Llamar la atención, mostrarse hipercomunicativo e ingenioso no es un factor de por sí ejemplar; a veces esconde carencias e infortunios personales. La neurología atribuye a las mujeres un mayor desarrollo del hemisferio izquierdo –dotado para el lenguaje, entre otras cosas– y a los hombres del derecho –sentido de la orientación, matemáticas, etc.– No obstante, la ciencia escapa al inmovilismo, dispuesta a revisar mitos. Recientemente, en la Universidad de Arizona, se comprobó que hombres y mujeres utilizamos el mismo número de palabras al día, y en un estudio publicado en «Science» se certifi - có que las mujeres también están dotadas para las matemáticas. La palabra está contenida en un cuerpo mientras que la intimidad cabalga entre el sentimiento, la percepción y las turbulencias de la mente, pero necesita palabras para ser articulado. Las mujeres nos quejamos de que los hombres hablan poco, sobre todo cuando ese silencio se convierte en un obstáculo para comunicarse, pero en los parques aún escuchamos: «Los niños no lloran, no seas como una niña». En esa castración emocional nadie se queda al margen. Hablar por hablar es catártico, muchas veces entretiene y divierte. Pero la incomunicación no se ancla tan sólo en la falta de palabras ni es exclusivamente masculina. Se trata de la dificultad de meterse en la piel del otro y, en cambio, querer estar en su cabeza. De querer predecir lo que piensa y siente, resolver sus silencios con nuestros pensamientos, poner por delante nuestras audaces pesquisas para resolver dudas en lugar de hacer una pregunta, aunque la respuesta no sea la que querríamos escuchar. Como decía Steinbeck: «Lo mejor es lo más simple, pero para ser simple hay que pensar mucho». Era hombre de pocas palabras, pero había algo que conmovía. Emergían las alas de un mundo interior, y conectaban con la propia dificultad de explicarnos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

NO SE PUEDE EXPLICAR MEJOR.

Anónimo dijo...

Que bueno que escribiste! Derrumbemos un mito al día, por lo menos...

Juanjo Montoliu dijo...

Es difícil encontrar una mujer que acepte los silencios masculinos; pero que los comprenda empieza a entrar en la categoría de milagro.
Cuando hay incomunicación normalmente no se debe sólo a la falta de palabras.

Un beso.